- Los escritores colombianos encarnan los vínculos de la creación en español entre las dos orillas del Atlántico.
Un relato de ida y vuelta. Este es uno de los caminos que emprendieron Héctor Abad Faciolince y Juan Gabriel Vásquez. Los escritores colombianos, que encarnan los vínculos de la creación en español entre las dos orillas del Atlántico, recibieron este martes en Bogotá las condecoraciones de la Orden de Isabel la Católica de manos del embajador de España en Colombia, Pablo Gómez de Olea. La distinción, instituida en 1815 por Fernando VII y concedida ahora por el rey Felipe VI, supone un reconocimiento a los narradores como unas de las voces más destacadas de la literatura común.
El acto se convirtió en una celebración de las letras y de la comunicación en español, de su «extraordinario potencial cultural», como destacó Darío Villanueva, director de la RAE, que presenció la ceremonia junto al expresidente colombiano Belisario Betancur. Faciolince, nacido en Medellín en 1958, consideró que no cabe preguntarse por qué se otorga una condecoración. «Uno se pregunta por qué o para qué, si las tiene que recibir o no. ¿Son una lápida o son una pluma? He pensado que lo único que uno puede hacer es no rechazarlas, no aceptarlas, sino solo agradecerlas».
El autor de El olvido que seremos, uno de los escritores que simboliza la lucha intelectual por la convivencia en Colombia, hiló una reflexión sobre la vigencia de esa necesidad también a propósito de la figura de Isabel de Castilla. «En este momento en que tanto se discute, acaban de defenestrar una estatua de Colón en Los Ángeles, y se revisa desde el punto de vista moral la conquista y la colonia, recibir algo con el nombre de Isabel la Católica es como si uno estuviera de acuerdo con todo lo que ella hizo. Para mí no significa eso. Yo no hago una lectura o un juicio moral de la historia, preferiría hacer un relato de la historia», señaló tras recibir la distinción en grado de encomienda.
En esa reconstrucción, además de la inquisición y la expulsión de los judíos, también está uno de los rasgos de América. «Inventó algo que otros imperios no hicieron, que fue la sugerencia de que los señores españoles se mezclaran con los nativos del otro lado del mar. Eso es lo que le da la peculiaridad a América Latina, eso es lo que hace que los criollos, los conquistadores que se juntaron aquí con las indígenas produjeran esto que es lo nuestro, que es ser los descendientes de aquellos», razonó. «Se podría decir, en palabras de Baudelaire y con una imagen muy clara, que nosotros somos el puñal y la herida, somos ambas cosas».
Vásquez incidió en los lazos, literarios y personales, que le unen a España. «Todo lo importante de lo que le ha pasado a mi vocación literaria pasa por Barcelona o pasa por Madrid», explicó. «Esta lengua es la mía y ha recibido la contaminación, en el mejor sentido de la palabra, del español de la Península y se ha visto enriquecida con la literatura de la Península. Todo eso es una gran fortuna», continuó el autor de Historia secreta de Costaguana, la obra por la que el embajador se inició en la literatura colombiana contemporánea.
El escritor, nacido en Bogotá en 1973, ha reflexionado en varios ensayos sobre el lugar de la literatura, que a menudo acaba convertida en un camino de ida y vuelta. «Yo me encuentro de pie, en la mitad, viendo con fascinación lo que pasa a mi alrededor y nunca sabiendo realmente si yo voy o vengo. En Latinoamérica se aprendió a escribir novelas porque llegó una vez en 1605 ese aparato que llamamos Don Quijote de La Mancha, pero no es un acto de inmodestia confesar mi satisfacción por el hecho de que en algún momento los grandes escritores latinoamericanos volvieron a España para hacer la literatura más interesante que se hacía en lengua española en ese momento», opina. Vásquez, que recibió el grado de cruz oficial, creció con los libros de Javier María o de Antonio Muñoz Molina. Ahora asegura que sus ficciones «tratan de encontrar parientes, primos, tíos, abuelos, en todo caso deudas». En definitiva, se construyen de alguna manera con la participación de esa tradición. Un péndulo que va y viene, la gran ventaja de hablar y escribir en español.